Escrito por
Carlos Andrés Grisales.
“A mi en general me gustan los viejos, los que tienen memoria, y por si vos sos de los que se olvidan, yo te recuerdo algunas cosas que hoy tengo claras: todo no se compra, todo no se vende. Conozco una lista interminable de cosas que son más importantes que la seguridad... Soy capaz de soñar sueños.”[2]
Jueves santo, dos de la tarde, las calles del centro de Cali están desoladas. El camarógrafo, el editor y yo vamos en un taxi contratado para penetrar las entrañas de la olla El Calvario, en busca de un niño indigente para realizar un documental. A los alrededores todo parece estar en calma, pero al voltear por una de las cuadras, empieza un extraño performance decadente: indigentes en los andenes metiendo bazuco, adolescentes oliendo pegante sentados en medio de la basura como si fuesen parte de ella, los que caminan están chuecos, cojos, torcidos, mancos, tuertos, ciegos, muecos, heridos, cicatrizados, medio dormidos, sonámbulos. Todo es color mugre. El aire es denso. La zozobra nos mantiene alerta. Hombres y mujeres están exageradamente maquillados de mugre como payasos de miseria, como mimos del infierno que purgan los más terribles pecados. Miran el taxi con incertidumbre, esperando un momento de descuido de nosotros: que volteemos por una calle mocha, o que nos varemos espontáneamente. Los miro a través de mis lentes oscuros intentando convertir mi rostro en una advertencia, ¡cuidado, puedo ser peligroso, puedo estar armado, tal vez estoy buscando a alguien para matarlo, o vengo a cobrar alguna cuenta! Sin embargo el pelo largo y la cara de hippie de uno de los camarógrafos disminuyen el efecto de terror que quiero lograr, pero eso también es bueno, pues de lo contrario el niño que estamos buscando no se montaría en el carro cuando le hagamos la propuesta.
El taxista tiene cara de malo, cara de no juegues conmigo, aceptó el trabajo sin titubear, sin regatear. Sólo decía lo necesario, -si-, -no-, sin explicaciones, como un militar pero con autonomía, pues tampoco se iba a exponer él. De cierto modo me hacía sentir seguro. Dimos algunas vueltas, se veía de todo menos niños indigentes, había cientos de niños en las calles, como pequeños ratoncitos en un gran nido de ratas, pero estos daban la impresión de tener padres (o al menos madres) y de vivir bajo techo.
Nos tocó que salir de la olla pues no podíamos pasar por la misma cuadra más de dos veces, hay que tener en cuenta las oficinas de sicarios y todas las mafias que se mueven allí: trata de blancas, explotación de menores, trafico de drogas, hurto, etc. Nos tocó emerger en la calle 10 y buscar otra cuadra para sumergirnos de nuevo. En esas vimos a un niño de aproximadamente 12 o 13 años caminando hacía el lado opuesto de donde íbamos.
-¡¿Pelao, pelao, venga, se quiere ganar tres lucas?!- le grité por la ventanilla quitándome los lentes oscuros para que me pudiera ver los ojos.
Se acercó y asintió con la cabeza, tenía la mirada serena como si no le pudiese ocurrir nada peor de todo lo que le ha ocurrido. No tenía costal, ni estaba tan sucio, ni tan flaco como uno se imagina a un niño indigente.
-Te voy a hacer una entrevista, a preguntarte cosas sobre ti y listo. Móntate.- Le dije en tono despreocupado, el asintió de nuevo y se montó. El resto del equipo, la entrevistadora y la sonidista, nos esperaba en la colina de San Antonio para empezar a grabar.
-¿Cómo te llamas?- Le pregunté mirándolo desde el asiento de adelante.
-Danigkmgk- respondió con timidez en la voz más no en la mirada.
-¿Cómo?- Pregunté de nuevo pidiéndole implícitamente que hablará más duro.
-Daniel Alejandro-
Me presenté y le presenté al equipo, incluido al serio taxista que también hacía las veces de guardaespaldas.
-¿Cuántos años tienes?-
-10.-
-¿Cuánto llevás en la calle?-
-Dos meses.- dice mientras mira por la ventanilla como si no le importase mucho lo que está ocurriendo al interior del taxi.
Todos nos alarmamos, no era tan indigente como lo necesitábamos, se nos cruzó la idea de bajarlo del taxi y buscar otro pero no lo expresamos, además apenas estábamos a tiempo de llegar al lugar de rodaje y pagar una hora cerrada de taxi.
Daniel Alejandro era demasiado introvertido, iban como cuatro preguntas de la entrevista y apenas era perceptible un movimiento de labios. De inmediato le dije al grupo que ya volvía, iba a buscar a otro niño. No podía pedirle a ninguno de ellos que se metiera a la olla sólo a buscar otro personaje, no porque fueran incapaces, simplemente no los quería exponer, además ellos eran fundamentales en cada uno de sus roles, y yo solo un director principiante, podrían funcionar perfectamente sin mí durante la entrevista, la primera fase del documental. Contraté a otro taxista pero por lo que marcara el taxímetro, le expliqué de qué se trataba y accedió. No se veía tan rudo como el anterior y yo no me sentía tan seguro. Me fui en el asiento de atrás. Sin querer pasamos por las mismas cuadras y muchos de los tipos me miraron como reconociendo que era el mismo que había pasado hace un rato en otro taxi, así que decidí quitarme los lentes oscuros. El tiempo corría, la luz disminuía, todo estaba planeado y presupuestado para rodarse en un día, no podía fallar.
De pronto avistamos a un niño como de doce años sentado en una esquina, lo llamé haciéndole la misma oferta que al anterior, pero este parecía todo un delincuente a portas de la indigencia, como un ratón adolescente que ya no juega y corre injustificadamente, este ya parecía saber dónde estaba el queso, quién lo tenía y cómo obtenerlo. Se veía un personaje interesante.
-¿Dónde hay que ir?- me preguntó con desconfianza.
-A San Antonio- Le respondí con frescura. -Vuelvo y te dejo aquí cuando acabemos.- añadí para mejorar la propuesta.
-Noo- respondió desconfiando, dio un paso hacía atrás.
-Dale, te doy cinco lucas, es solo una entrevista, para que me contés lo que querás y vuelvo y te traigo.- Le dije mientras le abría la puerta para que se montara, pero el dio otro paso hacía atrás y giró dándome la espalda, como el perro de la calle que ha sido tan maltratado que a pesar de tener hambre no le recibe el pedazo de pan al extraño y se aleja.
El taxímetro está lleno de números, el sol agoniza, el peligro aumenta cada vez que repetimos alguna calle.
-Vamos para los alrededores del estadio, por el parque de las banderas.- dije preocupado.
Al llegar damos dos o tres vueltas al sector, hasta que le digo que me deje allí, para emprender la búsqueda a pie. Conozco el sector porque viví por allí, sé que hay un asentamiento de viejos alcohólicos y algunos bazuqueros, pero no recuerdo haber visto muchos niños. Fumo esporádicamente, pero esa tarde parecía una chimenea, en cada tienda me compraba una cerveza, un cigarrillo y llamaba al equipo para averiguar cómo iban. María, la que lo estaba entrevistando, me contó que todo iba mal porque el niño no respondía nada bien:
-Todo salió como regular, el niño es muy introvertido y la entrevista estuvo remal, ¿Qué hacemos con el niño?- Me dijo medio aburrida.
-Dale los tres mil pesos y despáchalo.- Dije en tono frío.
-¿Y lo llevamos hasta el centro?-
-Sáquenle algunas tomas para montar, pónganlo a posar, acuéstenlo en el suelo, que finja que está pidiendo, etc., espérenme que ya llego con otro sujeto- Dije en un tono aún más frío y calculador.
Cuando iba pasando por la quinta me encontré con una señora mayor y una niña aproximadamente de cuatro o cinco años sentadas en el suelo pidiendo limosna. En medio de mi desesperación le hice la propuesta a la señora, y le expliqué más o menos de qué se trataba:
-Es un documental sobre indigencia infantil, sobre los niños que viven en la calle, ¿ella puede hablar?- le pregunté a la señora señalando a la niña, mientras iba organizando el rodaje en mi mente.
-Claro, posh ellha sabe hablarch, ¡hable!- Le dijo a la preciosa niña de cachetes colorados, pero esta no dijo nada.
-¿Cómo te llamas?- De inmediato empecé un ensayo de entrevista para ver si la niña podía servir para el documental. La niña me miró sin saber qué hacer, entonces la mamá le ayudó.
-¡Diana, dhiga, Diana!- le decía en acento indígena.
-Diana- dijo la pequeña mecánicamente.
-¿Cuántos años tienes?- proseguí para darle una segunda oportunidad a la niña.
-¡shinco, diga, shinco!- persistía la madre, como queriendo darme a entender que ella si sabía hablar pero que estaba un poco tímida.
-Chinco.- dijo la niña.
-Entonces mire, la cuestión es la siguiente: nos vamos para San Antonio, usted le dice a la niña que diga algunas cosas que yo le voy a decir y le doy tres mil pesos, si quiere la traigo hasta aquí cuando acabemos.-
Me sentía como una cucaracha desesperada, sentía que estaba traicionando muchas de las cosas en las que pensé creía, por fortuna la vida no me permitió embarrarme del todo y me dio una lección.
-Mire señorch, nosotrosh no vivimosh en la callesh, nosotrosh pagamosh una piecita, ella no es lo que usted bushca, vaya páguele a los locos que son los que viven en las callesh, si por nosotrosh fuera no estaríamoss aquí molestando a nadies, lo hacemos porque nos sacaron de nueshtra tierra, pedimosh para comer, mire- mostrándome una vieja mochila con una panela y media libra de arroz. –Señorsh, respetenosh, nosotrosh no somosh locosh, no vivimosch en las callesch, déle su plata a esosh, dejenosh.-
Al oír estas palabras mi ansiedad disminuyó, mi mente se aclaró. Le di mil pesos a la señora y le dije que no me había entendido, cuando extendió la mano para recibir el billete, se la agarre con ambas manos y le pedí disculpas. No podía pisotearme a mi mismo por realizar ese proyecto. El niño que habíamos recogido no tenía por qué ser elocuente, ese niño era así y punto. Entonces decidí aceptar esa parte y me fui a buscar un anciano indigente para una toma de montaje en la que se hacía una transparencia como si pasara el tiempo hasta que el niño se volvía viejo. Ya conocía algunos de los borrachos del sector, alguna vez le había tomado unas fotos a uno de ellos, y preciso a ese me lo encontré.
-¿Qué hubo, se acuerda de mí?- le pregunté a un viejito borracho que estaba sentado en un andén al lado del supermercado Comfandi. -¿Sé quiere ganar tres luquitas, para que me ayude con un trabajo, se acuerda que ya hemos trabajado juntos, que le tomé unas fotos?-
-Si, ¡hágale!- Me dijo poniéndose de pie con el vigor de un muchacho.
-¡Yo también puedo!- me dijo otro viejito borracho que estaba al lado, tenía un pie torcido y una muleta de madera hechiza.
-Sólo necesito a uno- le contesté al señor.
-Entonces regáleme alguito- me dijo con cara de súplica extendiendo su mano.
-Ahora que volvamos- le dije creyéndome la mentira.
El señor con el que me iba a ir le dijo al otro que le cuidara una bolsa con reciclaje u objetos personales que tenía ahí, le pregunté que si podía confiar en él para dejarle esa bolsa y me contestó:
-Si, él es mi amigo.-
El señor se llama Antonio, don Antonio, muy colaborador, lo pusimos a posar, tenía que hacer todas las poses que había hecho Daniel Alejandro. Luego lo entrevistamos, intentando esculcarle la infancia. Le hice cantar una parte de los pollitos. Quería que me mostrará cicatrices, quería desnudarle la vida, yo estaba en un nivel de morbo catatónico. Pero todo lo que respondía don Antonio era hermoso, inocente, sinceramente mentiroso, fantasioso. Terminamos con don Antonio, le pagué los tres mil pesos y mientras intentábamos parar un taxi me dijo que se iba a pie, que le gustaba mucho caminar por la calle quinta, que la brisa de esa hora era una delicia.
Aún no habían terminado con Daniel así que decidimos seguir con él a la segunda fase del rodaje: una intervención lúdica en el niño, teníamos que averiguar si todavía podía jugar y cómo lo hacía, en el guión estaba planeado llevar al niño a mi casa para bañarlo, ponerle ropa limpia y ponerlo en situaciones lúdicas para ver qué pasaba. Lo íbamos a llevar a una escuela a interactuar con otros niños pero no logramos conseguir los permisos a tiempo, así que nos tocó ponernos a jugar Nintendo con él. Yo todo el tiempo estaba chuzando a Frank, el camarógrafo más experimentado, para que grabara. A veces la estábamos pasando muy bien y la presencia del niño se normalizaba, pero yo insistía con señas a Frank para que grabara al niño, es fácil pedir a otros que hagan aquello que uno no es capaz de hacer.
El niño tenía las uñas largas y negras de mugre, María, comunicadora social, días antes había dicho que no iba a tocar al personaje al momento de aseo, y al final voluntariamente terminó haciéndole el manicure.
Volviendo a interrogar a Daniel nos contó que se había volado de la casa hace dos meses porque la mamá le pegaba mucho. Había estado durmiendo en la plaza de Caicedo y que aún no había probado el vicio. Como hablaba muy poco, todo lo que decía lo creíamos cierto como si cada una de sus palabras fuese el zumo más preciado de su realidad. Luego de la intervención lúdica se suponía que teníamos que dejar al niño de nuevo en la calle, pues no podíamos adoptarlo, ni nada por el estilo. Aquí fue donde el guión se rompió, no fuimos capaces de echar a Daniel a la calle porque veíamos en él probabilidades de ayudarlo, se veía rescatable. Entonces decidimos que se quedara a dormir esa noche e intentar persuadirlo de que volviera a su casa. Nos acostamos todos a ver otras entrevistas que habíamos hecho días atrás a otros muchachos de la calle para que Daniel se arrepintiera de seguir viviendo en la calle y no le fuera a pasar lo que a ellos. Pero se quedó dormido en mi cama, decidimos acostarnos todos, y me quedé durmiendo con él. Roncó, tuvo pesadillas, no pude dormir, por alguna extraña razón velé su sueño, lo arropé y lo lloré.
En la mañana lo desperté con cámara en mano, despiadado, desalmado, los realitys que tanto critiqué me quedaron pendejos. Lo levanté para que me ayudara a preparar el desayuno, todo el equipo aún dormía. Daniel Alejandro, se despertó sobre saltado, como si aquel efímero sueño en el que era el centro de atención hubiese terminado y le tocara que volver a la calle y al anonimato.
-Vamos a preparar el desayuno- le dije como una especie de orden militar.
No quería mostrarle la vida como si fuese fácil o regalada, no quería engañarlo. Se levantó sin decir nada, se lavó la cara porque le dije que lo hiciera y bajó a ayudarme. Puse seis platos y le serví cereal a algunos, luego le dije que lo siguiera haciendo en cantidades iguales, y así lo hizo. Llamamos a todos a desayunar y me le acerqué a Frank a decirle buenos días y que por favor desayunara con cámara en mano.
Inmediatamente después de desayunar había que solucionar lo que íbamos a hacer con Daniel Alejandro, las opciones eran: llevarlo a su casa y hablar con su madre. Dejarlo en la calle, donde lo habíamos encontrado, o llevarlo a Bienestar Familiar. Todo el equipo le insistía de diferentes maneras para que volviese a su casa, pero él callaba. Yo estaba seguro de que en su casa le habían hecho algo peor para que decidiese irse, tal vez lo violaban o algo por el estilo, un niño no se va de la casa así no más. Pero decía que era porque la mamá le había pegado con correa y ya, el resto eran silencios con la cabeza hacía abajo. Intentó decirme que no quería ir a su casa, pero yo suelo ser muy persistente, casi siempre se hace lo que yo quiero o no se hace, o no estoy y punto. Para mí lo mejor era que estuviese en su casa, con sus padres, le dije que fuera tranquilo que yo le daba mi teléfono para que me llamara si algo estaba mal. Juan David guardó silencio y el que calla otorga.
Vivía en Montebello, un corregimiento o barrio de invasión a las afueras de Cali. Llamé al taxista rudo a ver por cuanto nos hacía la carrera y acepto llevarnos y traernos por veinte mil pesos. No cabíamos todos en el taxi, así que fuimos Frank, María, el niño y yo. Alfonso y Andreita querían ver aquel feliz desenlace en el que el niño se reencontraba con su madre, pero se ofrecieron sacrificadamente a quedarse.
Llevábamos el formato de autorización de uso de la imagen para que lo firmara la madre de Juan David. Yo esperaba ver un rancho pobre, pero al fin y al cabo un hogar. Llegamos a Montebello, Daniel cerró los ojos y agachó la cabeza haciéndose el dormido, cuando le preguntábamos por dónde era, no contestaba, no habría los ojos, era exasperante, la paciencia del taxista también se agotaba. Tocó detenernos, me bajé para persuadirlo de que dijera donde era su casa, que queríamos ayudarlo, que no lo íbamos a dejar sólo. Cuando le agarré la mano la tenía helada, helada, helada. Ese niño estaba padeciendo. Y subestimamos su temor y sufrimiento. De ver que no colaboraba lo amenacé con dejarlo en la estación de policía de Montebello.
-Ya nos pasamos- Dijo abriendo los ojos.
Nos empezamos a devolver, nos habíamos pasado mucho y yo seguí amenazándolo por temor a que no nos dijese dónde era la casa.
-La tienda, vamos donde la señora de la tienda- Dijo con voz nerviosa. Y yo presionaba más.
-¡No! Vamos a tu casa. ¿Dónde es tu casa?- Le decía en tono intimidante. Y cada treinta segundos le preguntaba si estábamos cerca y le ordenaba mirar el entorno.
-Allí, en la tienda azul, vamos donde la señora de la tienda.- Señaló mientras agachaba la cabeza. Le dije que nos bajáramos para hablar con la señora pero se rehusó, entonces me bajé con el camarógrafo y el conductor rudo también nos acompañó, le dije a Frank que no dejara de grabar.
-Buenas tardes señora, recogimos a un niño en el centro de Cali vagando, volado de la casa, dice que vive aquí en Montebello y dijo que paráramos donde la señora de la tienda, o sea usted. ¿Nos puede ayudar a encontrarle la casa?- La señora me miró extrañada como quien no sabe de quien se trata, sin embargo dijo:
-a ver veo quién es- y fue con nosotros hasta el taxi, cuando vio al niño dijo: -¡Ah, Daniel!- El niño la miró y saludó con los ojitos mientras volvía a agachar la cabeza entre sus piernas, como adoptando una posición para resistir una gran paliza o algo muy vergonzoso. La señora prosiguió. –Si él es de por aquí, lo que pasa es que la mamá de él es viciosa, y le quemaron la casa para se fuera de por acá. El y sus hermanitos quedaron vagando por las calles. Él es de la calle, déjenlo, ya ha estado en Bienestar Familiar- Todo lo dijo como quien dice tranquilo que todos nos tenemos que morir. Sentí algo de rabia contra ella, algo de tristeza y lastima por él, otro poco de tristeza, impotencia y lastima por mí. Y algo de indignación contra la vida. No era justa la vida con ese niño. No era justa, no le daba opciones. Ese niño podría ser yo. Por el azar del destino no lo era.
-El padrastro está preso, y la mamá anda como loca metiendo vicio por ahí- Prosiguió la señora, pero yo no quería oírla más. -Gracias - le dije dándole la espalda para que se fuera.
Me quedé mirando al taxista y su cara ruda que se había ablandado por la desgracia del niño. Al momento llegó la hija de la señora a ampliarnos información sobre la tragedia de Daniel.
-Él es el mas sano de sus hermanitos, el mayor ya anda robando por aquí sabiendo que todos lo conocemos. A Daniel lo tuvo el Bienestar Familiar pero el hermano se hizo coger para sacarlo de allá. Él estaba viviendo con un tío pero se le vuela porque le gusta la calle, el tío vive en el centro, en el barrio obrero o en la olla creo…- Y dijo muchas cosas más que no escuché porque me fui a hablar con Juan David, mientras le hacía una seña a Frank de que no dejara de grabar.
Daniel se había acurrucado en el fondo del taxi, helado, avergonzado, humillado, grabado. Sentía mucha pena por él, escuchó toda la conversación porque fue en la ventanilla de él, grabé su pena, no la respeté, el periodismo es una mierda, no soy ni quiero ser periodista, el periodista siempre estará debajo del filósofo y del poeta, debajo del loco que calla y del que habla también. El periodista siempre estará debajo del vicioso, del borracho, y nunca, nunca podrá capturar sus esencias, como diría Nietzche:
“Dejamos de estimarnos lo suficiente cuando nos comunicamos. Nuestras auténticas vivencias no son absolutamente nada parleras. No podrían comunicarse a sí mismas aunque quisiesen. Esto es porque les falta la palabra. Cuando tenemos palabras para algo es que ya lo hemos dejado atrás. En todo hablar hay su poco de desprecio. El lenguaje, parece, se ha inventado solo para el término medio, para lo mediano, para lo comunicativo. Con el lenguaje se vulgariza ya el hablante.”[3]
-Daniel confía en mí, no te voy a dejar por aquí tirado- Le dije intentado aliviarlo un poco, pero ni yo me lo creería, si yo fuese él no confiaría en el tipo que todo el tiempo dice: “¡graba, graba!”.
-Vamonos, me están haciendo pasar pena.- susurro sin mirarme.
De inmediato les pedí que nos fuéramos, ya había sido suficiente. Nos montamos al carro en silencio, y yo le hacía señas a Frank de que no dejara de grabar, no sé porque lo hacía, tal vez no era para el documental, era un momento tan extraño que quería capturarlo en el tiempo, como he querido hacer con muchos de los momentos de mi vida. Daniel se irguió y volvió a adoptar la mirada impenetrable y quemimportista de cuando lo recogimos. Tal vez sentía que lo peor ya había ocurrido. Ya no podía sentir mayor vergüenza, su tragedia había sido revelada.
Le preguntamos a donde prefería ir, si a Bienestar Familiar o donde su tío, a mi en lo personal no me gustaba la idea del tío. Y de nuevo lo persuadí para que eligiera Bienestar Familiar. Todos estuvieron de acuerdo. Cuando llegamos a Bienestar Familiar estaba cerrado, era viernes santo. Nos dijeron que lo lleváramos a la policía de menores que quedaba en x estación de policía. Lo llevamos y de allá nos dijeron que fuéramos a otra. Le pagamos la carrera al taxista rudo que se había ablandado pero que ya se había repuesto y otra vez era rudo, tanto, que nos tocó que cambiar de taxi porque con la mirada me decía que lidiáramos nosotros con nuestro encarte. Yo ya no tenía dinero, Frank se encargó de los demás taxis. Fuimos a tres estaciones de policía y en todas nos remitían a otra. Hasta que terminamos en la del barrio Nueva Floresta. Ahí lo recibieron.
-Frank hazle una toma desde el otro lado de la calle llegando a la estación de policía. Daniel, camina hacía allá Frank que salga el letrero de Policía Metropolitana.- Tenía puestos mis lentes oscuros.
Santiago de Cali, 17-08-2007
[1] Haciendo referencia a la ficción o falso documental Agarrando pueblo de Carlos Mayolo y Luís Ospina. Colombia, 1977. En este se mofan de cómo se convierte la miseria y la pobreza en una mercancía para elaborar documentales.
[2] Fragmento final de la película Tango feroz: la leyenda de Tanguito de Marcelo Piñeyro. Argentina, 1993.
[3] El crepúsculo de los ídolos o Cómo se filosofa con el martillo. Biblioteca Edaf, S.A., Enero 2002. P. 134.
Ver el documental en http://espejismodeunaredencion.blogspot.com/
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