Algunas consideraciones sobre la teoría del Estado
y las implicaciones de la protesta violenta como mecanismo revolucionario.
“El medio decisivo de la política es la violencia”
Max Weber
Introducción
Uno de los caminos para pensar el tema de la protesta social y poder calificar si es “buena”, “mala”, “legítima” o “ilegítima” sería a través de los fundamentos en los que está soportada la teoría del Estado y la “naturaleza” de lo político, por lo tanto, el presente texto es un intento de aproximación a este fenómeno social desde el enfoque de la teoría del Estado. En primer lugar, me remontaré brevemente a algunas nociones de Hobbes (naturaleza humana y entrega de la fuerza individual al Leviatán) y de Max Weber (Estado y ejercicio de la violencia legítima) para intentar comprender los patrones conductuales del Estado. Posteriormente, sostendré la tesis de Víctor Moncayo de que el Estado moderno se ha transformado y que por lo tanto ya no se rige por los principios en los que fue engendrado . Y por último, expondré algunas reflexiones y acotaciones puntuales sobre la actualidad de las dinámicas de protesta en el contexto específico de la Universidad del Valle para aterrizar y analizar en un plano pragmático la argumentación enunciada.
Cabe destacar que el objetivo principal de este escrito es intentar dibujar el entramado de complejidad que encierra la protesta social a nivel de lo político, para mostrar que dicha dinámica no puede ser tomada, calificada, rotulada, encasillada y estigmatizada a la ligera.
1. Sobre el Leviatán
Pensemos la condición del hombre desde la perspectiva Hobbesiana, en la que el hombre en su estado natural es antisocial por naturaleza y sólo se mueve por el deseo y el temor. Su primera ley natural, que es la autoconservación, lo induce a imponerse sobre los demás, de donde se deriva una situación de permanente conflicto: «la guerra de todos contra todos», en la que «homus hominis lupus» el hombre es un lobo para el hombre, es la razón dominante. Entonces, para poder construir una sociedad es necesario que cada individuo renuncie a una parte de sus deseos y llegue a un acuerdo mutuo de no aniquilación con los demás. Se trata de establecer un «contrato social», de transferir los derechos que el hombre posee naturalmente sobre todas las cosas en favor de un soberano dotado de derechos ilimitados, el Estado. Éste controlador, monarca absoluto, cuya soberanía no reside en el derecho divino sino en los derechos transferidos, sería el único capaz de hacer respetar el contrato social y garantizar, así, el orden y la paz, ejerciendo el monopolio de la violencia “legítima”, que desaparecería de este modo de la relación entre individuos. Así, cada uno de nosotros habría renunciado a su capacidad de ejercer la violencia contra otro, en la medida en que le ha otorgado el poder a ese ser supremo, el Estado. Es como si hubiésemos puesto toda nuestra confianza en esa ficción humana, asumiendo que es una institución justa e infalible, y que siempre estaría a nuestro favor, pero a la vez es como si la hubiésemos dotado de una independencia particular que la hiciese “impermeable” a lo que le deparaba el porvenir (el neoliberalismo, la globalización). Habría que retomar los fundamentos Weberianos y tener en cuenta que “El Estado, como todas las asociaciones políticas que históricamente lo han precedido, es una relación de dominación de hombres sobre hombres, que se sostiene por medio de la violencia legítima”, de ahí que habría que pensar a fondo cuales son las bases que constituyen esta institución social para analizar las consecuencias que se derivan de dicho pacto.
Según Víctor Moncayo el Estado no es simplemente un producto del pensamiento, de la racionalidad humana, ni tampoco una esencia suprahistórica omnipresente, sino una abstracción real que nuestras acciones como sujetos dominados por las relaciones del orden burgués han construido y reproducen en forma permanente De ahí que este autor lo asocie directamente con los orígenes del capitalismo. Capitalismo-Estado, Estado-capitalismo: relación primigenia a tener en cuenta, relación decisiva de un futuro conflictivo en el que la relación de dominantes-dominados jugará un rol fundamental.
La cuestión a tratar es que la institución estatal ya fue constituida e instituida y que nos regimos a través de ella y sus supuestos, de ahí que tengamos que asumir consideraciones tales como que “el medio decisivo de la política es la violencia” según Weber. Por lo tanto, aquel ser al que le dimos el poder para que rigiera nuestras vidas y también el derecho para que nos reprimiera a través de la violencia, hoy se viene en contra nuestra, en contra de la sociedad civil, habiendo vendido su ética a los intereses del mercado y legislando en pro de los intereses de unos cuantos y no de las inmensas mayorías. Él, a pesar de todo sigue poseyendo un poder que le dimos, y que hoy nos afecta, metáfora de la creación de Víctor Franquestain. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo volver a obtener nuestro poder de decisión sin destruir esa institución que nos regula, pero a la vez sin ser reprimidos y victimas de su violencia “legitima”?
Desde el punto de vista de lo político es imposible pensar el Estado sin el uso de la violencia, como dice Weber: “La violencia no es, naturalmente, ni el medio normal ni el único medio de que el Estado se vale, pero si es su medio específico.” en otros términos, tendríamos que pensar si es posible el Estado sin el uso de la violencia ¿será que alguien obedecerá las leyes sin el temor a la reprimenda? Entonces, la solución no está en derrocar al Leviatán, tal vez está en intentar volverlo al cumplimiento de sus funciones básicas, pero si el problema es de fondo como dice Moncayo: “el Estado no es un interviniente externo en la relación de extorsión o de explotación, que seguiría situado de manera exclusiva en el mundo económico, en el reino soberano de las mercancías, sino una realidad material copresente y necesaria para la dominación. Se podrá así comprender que es, gracias a su presentación separada, independiente y autónoma, como el Estado es parte nuclear y constitutiva de la relación de dominación capitalista.” Y entonces ¿qué hacer si todo está mal desde el origen?
2. Sobre la protesta
¿Cómo resistir las arbitrariedades de un Estado vendido a los intereses del mercado? ¿Si él, supuestamente tiene el derecho al uso de la violencia “legítima” en contra de todos aquellos que atenten contra sus determinaciones? Pues la única salida de fondo que queda es revisar la noción de “violencia legitima” sobre la que fue fundamentado, según Toni Negri el concepto de Estado reposa sobre la superación de la ecuación fuerza/consensus, es decir, sobre la disimetría específica de la noción de legitimidad . O sea, que legitimidad no necesariamente equivaldría a consenso, y es aquí donde inicia el problema, por tanto que el Estado tiene para sí el uso de la violencia legitima o sea aquella que parte del consenso y no sin este. ¿Será que el Estado moderno tiene en cuenta el consenso nacional para elaborar sus políticas? ¿Será, también, que la sociedad civil ha abandonado al Estado a su suerte, en manos de unos cuantos y estos se han visto con la capacidad de deliberar a interés propio lo que les es más conveniente?
¿Qué nos queda para impedir la ejecución de políticas injustas e indebidas para las mayorías? Pues, una opción es incumplir el pacto social y todos los términos que lo componen. Podríamos fundamentar el incumplimiento en una re-evaluación de la noción de “legitimidad” que considere como tal el consenso de las mayorías para que el accionar del Estado pueda ejercer la violencia verdaderamente legítima. Según Negri, el concepto de legitimidad expresa una situación del desarrollo del Estado moderno en la cual predomina la asimetría de la relación entre el Estado y el ciudadano –es decir, la ley en virtud de la cual el Estado es más fuerte que el ciudadano porque dispone, para reproducirse, de dos formas de consenso (uno activo y uno pasivo o impuesto), mientras que al ciudadano no le queda para protestar más que una sola posibilidad: la ruptura activa del consenso-. Pero esto puede replantearse si abordamos la “legitimidad” como el consenso de las mayorías democráticas. Además, como lo enuncio Weber, la legitimidad basada en la “legalidad” es la que debemos revisar, pues la legalidad no debe ser solo aquello que está consagrado en las leyes, sino aquello que es justo para las mayorías. Entonces, tenemos aquí un punto de partida para abordar la discusión desde la teoría del Estado, según Negri el Estado no se puede definir simplemente como el detentador del monopolio de la fuerza legítima puesto que dicho Estado no es una abstracción sacrosanta que siempre se comportará de manera correcta, sino que su funcionamiento corresponde a lineamientos humanos y a todo tipo de coyunturas gubernamentales. Entonces debemos preguntarnos sobre los mecanismos de protesta ¿será que dichos mecanismos funcionan de manera eficiente para reivindicar derechos y bienestar o sólo logran hacer que el Leviatán haga uso de su fuerza legítima?
La protesta debe partir de fundamentos teóricos, debe ser pensada y re-pensada sobre todo ahora que el Leviatán ha sido derrotado y domado por las fuerzas del mercado y de la globalización… ¿cómo protestar de manera eficiente y eficaz? Es una buena pregunta ¿Dónde situarnos para elaborar la protesta sin ser victimas del monopolio de la fuerza estatal, pero a la vez lograr afectarle para forzarlo a modificar lo que se quiere democráticamente? Al final intentaré responder esta cuestión, ahora intentemos adentrarnos en las complejidades de lo político, y cambiemos de bando: ya no somos simples ciudadanos, ahora estamos del lado del poder ¿Cómo veríamos la protesta cualquiera de nosotros si estuviésemos del lado del poder? Teniendo en cuenta lo que dice Max Weber uno de los padres del realismo político: “Ninguna ética del mundo puede eludir el hecho de que para conseguir fines “buenos” hay que contar en muchos casos con medios moralmente dudosos, o al menos peligrosos, y con la posibilidad e incluso la probabilidad de consecuencias laterales moralmente malas” . Si nuestras políticas no fuesen comprendidas y si tuviésemos la certeza de que a largo plazo son buenas, ¿cómo haríamos para manejar la rebeldía y la resistencia de aquellos fragmentos de la sociedad que no están de acuerdo? Y si estuviésemos de acuerdo con Shumpeter cuando dice que las masas son torpes y que la idea de que el pueblo posee una voluntad general (buena) es falsa, además, considerando que las masas piensan casi siempre a corto plazo y que son manipulables, ¿deberíamos ceder ante ellas y afectarlas a largo plazo o lo correcto sería sostener nuestras políticas así sea haciendo uso de la fuerza “legítima”?
Analizar la protesta implica tomar una postura, y podríamos enunciar dos opciones (hay más) hacerse del lado de la naturaleza de lo político y tener en cuenta las consideraciones Weberianas y Maquiavelicas que sostienen que “quien se mete en política, es decir, quién accede a utilizar como medios el poder y la violencia, ha sellado un pacto con el diablo, de tal modo que ya no es cierto que en su actividad lo bueno sólo produzca el bien y lo malo el mal, sino que frecuentemente sucede lo contrario.” O hacerse del lado de la sociedad civil, del pueblo y tener en cuenta que el Estado nos reprime y oprime basado en la racionalidad capitalista de la dominación de clases. Parecen caminos irreconciliables, la cuestión es que a través de la protesta violenta solo se logra que el Estado haga valer el poder que se le dio, el uso de la violencia “legítima”.
Pensar la protesta implica, pensar en la naturaleza de lo político, pensar más allá de lo inmediato, pensar como si fuésemos los políticos que estamos gobernando. Protestar por protestar no tiene sentido, romper el pacto y hacer ejecutar los mecanismos de represión del Estado sin un efecto contundente que cambie la realidad que promovió la protesta, es absurdo y contraproducente. De ahí que sea necesario replantear los mecanismos de la protesta, al igual que el Estado moderno se ha transformado (vendido a los intereses del capital). Me gustaría mucho poder enunciar alternativas inteligentes en este escrito, pero por el momento solo puedo afirmar que los mecanismos violentos son, la mayoría de veces, estériles, y que por lo tanto hay que buscar unos que hagan converger compulsivamente a las grandes masas en pro del cambio. Solo así, con las masivas movilizaciones del constituyente primario, el pueblo, podrá ponérsele freno a las conductas y determinaciones indebidas que el Estado ha adoptado.
Analicemos el caso específico de la protesta en la Universidad del Valle. Cuando se asume una postura en el extremo de una coyuntura a veces se discriminan argumentos y nociones muy importantes arbitrariamente, así, cuando se está del lado de los estudiantes en una coyuntura política que parece afectar a la universidad o a un determinado sector de la sociedad se actúa apasionadamente, y sin querer, se puede ser incoherente e inconsecuente con el discurso que se abandera, por ejemplo: Cuando un grupo de estudiantes decide cerrar la universidad y bloquear el acceso de los demás estudiantes a la sede de la institución por X o Y razón, se podría ver como un hecho de protesta, pero también se podría tomar como la privatización del derecho a la educación de los demás estudiantes por parte de un pequeño grupo que no representan la mayoría de la comunidad estudiantil. Ahora bien, el hecho de que este pequeño grupo salga con capuchas a cerrar una avenida y a atacar a particulares (conductores de buses, el centro comercial de enfrente, entre otros) demanda del Estado la protección de la avenida cuyo fin es que se pueda transitar, y de los particulares, cuyo fin es que puedan habitar el sector sin temor alguno de ser heridos por una piedra o una “papa bomba”. Del Estado no salir a defender estas cuestiones y personas estaría también fallándole al pacto instituido y habilitando a los ciudadanos afectados para que se defiendan por sus propios mecanismos (¿retorno al estado de naturaleza hobbesiano?) Entonces, lo que la protesta violenta estaría solicitando de primera mano es la presencia del rostro demoníaco del Estado (Weber) por tanto que esa sería una de las manera de invocarlo.
Sigamos analizando brevemente la dinámica (¿ritual?) univalluna: el grupo de encapuchados que va a protestar decide cerrar la vía, tomársela, quitársela al Estado en acto simbólico, y pragmático, así sea por unas horas. El Estado obligado a recuperarla envía la fuerza pública, y empieza la lucha por la avenida, jóvenes encapuchados tirando piedras y “papas bombas” Vs. Agentes del ESMAD profesionalmente entrenados, con armaduras especiales, pistolas que lanzan bolas de plástico que pueden penetrar la piel a cierta distancia, gases lacrimógenos, tanquetas, y también “papas bombas” pero de mayor potencia; Además, si las cosas se salen de control, apoyo militar inmediato con armas de largo alcance, etc. ¿Quién tiene más poder? Obviamente que si hablamos de fuerza expresada a través de violencia, el Estado es el pez grande. Entonces ¿será que la manera adecuada de enfrentarlo es a través del uso de la violencia? No lo creo, tal vez deberíamos pensar mecanismos más sutiles y de mayor impacto en lo simbólico y evitar hasta donde sea posible la confrontación directa. Tal vez si el grupo de encapuchados no cierra la vía y tira papas bombas, sino que organiza campañas de socialización de las cuestiones que considera que está mal, e intenta articular un movimiento universitario consolidado y fuerte, tal vez, logre trascender la problemática social por la que se lucha, a la pelea por una calle, pelea que siempre perderán los encapuchados y con ellos la comunidad estudiantil que queda presa del estigma público de revoltosos, porque los hechos no alcanzan para catalogarnos de revolucionarios.
Repito, es necesario replantear los mecanismos de protesta, estos solo piden represión y juegan a la revolución de los años sesentas, y no produce resultados positivos, sólo quedan al final, saldos de muertos (de parte de la sociedad civil) y un ambiente de zozobra y terror que puede llegar a enraizarse en las costumbres políticas de una nación. No debemos contribuir a esto, si vamos a hacer protesta hagámosla revolucionaria, no ritualizada. La revolución implica cambios, y el ritual de la piedra ya no los produce. ¿Será que a las comunidades estudiantiles con el acceso al conocimiento no se nos podrá ocurrir algo más eficiente, y si no se nos ocurre a nosotros entonces a quién? Pensemos, tirando piedra no se va a cambiar la realidad del país, al final de la tarde después de haber peleado por la calle, el policía y el estudiante se van para sus casas y solo queda una acumulación de odios y un incremento en la polarización estudiante Vs. fuerza pública. Eso si no contamos con los heridos o los muertos ocasionales. Mientras tanto la estructura depredadora continua intacta.
Debemos domar al Leviatán para que cumpla con el beneficio y la regulación social con equidad y justicia, y creo que lo más inteligente es demostrar la soberanía del pueblo sobre el acontecer de la vida nacional. Afirmando así que el Estado no es una abstracción que se controla sola, sino que es el operario de las voluntades democráticas y que de no ser así, los representantes elegidos para que lo operen pagarán las consecuencias.
PD: Estimad@s compañer@s me duele mi gente y mi país tanto como a ustedes, si viera que logran cambios positivos con esas aventurillas revolucionarias en la pasoancho, hace mucho rato me les habría sumado. Sin embargo, me alegra mucho que se estén dando este tipo de espacios para discutir algo de tan suma importancia. Siempre quise decirles que no estaba de acuerdo con el modum operandi del tropel en las condiciones que lo llevan a cabo. Creo más en lo simbólico bien comunicado que en las vías de hecho (tímidas) en las que se busca un tropel violento que no alcanza a tener mayores repercusiones de cambio, y que además le encanta a las fuerzas represivas del Estado, deseosas de usar sus armas de muerte. Si vamos a ser violentos seamos violentos y tomemos el fúsil y alcémonos en contra de la opresión, de lo contrario juguemos con inteligencia, amor y astucia hasta agotar los mecanismos de lucha ciudadana.
Creo en el poder de los medios de comunicación, creo en la movilización de las bases sociales a través de la información y formación de conciencia en conjunto con acciones de movilización. Creo que debemos usar mecanismos más inteligentes de lucha, creo que tenemos con qué.
Fraternalmente,
Carlos Grisales
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Bibliografía:
1. Weber, Max. El político y el científico. Alianza Editorial. Madrid.
2. Moncayo, Víctor. El leviatán derrotado. Reflexiones sobre teoría del Estado y el caso colombiano. Norma, 2004.
3. Shumpeter, Joshep A. Capitalismo socialismo y democracia. Editorial Folio.
4. Hobbes, Thomas. El Leviatán. Alianza editorial. Madrid.
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