Por: Héctor Abad Faciolince
EN AMÉRICA LATINA, SALVO UN PAR de excepciones, estamos renunciando al progreso gradual de las democracias liberales, y hemos optado por la ilusión del Hombre Providencial y el prodigio repentino.
En el vecindario creen que milagrosamente, de la noche a la mañana, podrán salir de la pobreza y la exclusión con dictadores indios o mestizos; aquí creemos que gracias a nuestro caudillo blanco se acabarán al fin la peste de la inseguridad y el salvajismo guerrillero. En siete años, aunque haya arrinconado la brutalidad de las Farc y domado el secuestro, la guerrilla no ha sido liquidada, y los paramilitares resurgen, lujuriosos, con el abono orgánico del narcotráfico, con forma de bandas que imponen su voluntad con sangre en los barrios marginados y en los pueblos lejanos. Pero él se presenta como el Salvador y el pueblo (la voz divina) todavía se lo cree.
Veremos si en doce años el caudillo Uribe puede con las Farc, pero tal vez se necesiten no cuatro sino ocho años
más, hasta completar 16 o 20 (o quizá 40 o 50, como Fidel y como Franco). ¿Por qué no vamos preparando de una vez otra reforma constitucional que le permita a nuestro Perón, a nuestro Porfirio, gobernar hasta el 2030? O hasta que haya un militar por cada mata de coca y la mitad del presupuesto del país se lo chupe un ejército de barrigones.
Así, envejeceremos viendo medrar a su poderosa camarilla de viejos y de nuevos ricos. Seguirán engordando los señores feudales del azúcar; se pondrá rechoncho el lobby de las carreteras y de los basureros; medrarán los dones de la palma de aceite y de las flores; se explotarán de ricos algunos bancos; no podrán con tanta plata los especuladores de las tierras urbanas; los contratistas de armas vomitarán dólares por las orejas; el tamaño de las haciendas de los neo-paracos llegará a ocupar un porcentaje todavía más grande de todas las tierras; las ciudades se estallarán de pobreza, inseguridad y desplazados del campo. Y mientras el país es saqueado por esta mafia de contratistas y aprovechados, nosotros nos pasaremos la vida discutiendo sobre nuevas reformas a la Constitución para que el Caudillo pueda seguir satisfaciendo su ego inconmensurable, su falta de humor, su apetito mandón, sus gritos de tirano, sus modos relamidos y taimados de dictador de buenas maneras.
El Patriarca se pasea por el país y por el mundo de la rienda de su secretaria; el Patriarca monta a caballo con la rienda en la izquierda y un tinto en la derecha; el Patriarca grita a sus hijos para que aplacen el gustico y no se enriquezcan más de lo debido; el Patriarca insulta a la prensa y acusa a la oposición de complicidad con la guerrilla; el Patriarca no cede, el Patriarca es intransigente y no acepta ningún gesto humanitario con los que llevan secuestrados 13 años; el Patriarca domina y amansa con sus manos rudas de domador de potros; el Patriarca, con el enorme oído del DAS todo lo oye, todo lo esculca, todo lo sabe, todo lo premia y todo lo castiga.
Lejos estamos del otoño del Patriarca; más lejos todavía de su invierno. Ya le pasó la alegre primavera, pero el verano se presenta largo, caliente y seco. Y ahí estaremos viéndolo gritar; y ahí estaremos viéndolo regañar desde el alba hasta la noche profunda; ahí nos tocará oírlo cada 20 de julio, hablando de la Patria, con su manita tosca apoyada en el pecho del corazón invicto. Ahí estará el Patriarca aclamado por el Estado de Opinión del Pueblo. Y este país vergonzoso seguirá arrastrándose hacia adelante, con su ira sanguinaria, con sus maleantes sueltos, con su Congreso de asco, con sus militares de opereta, con sus cortes erráticas, con sus gringos inmunes, con sus ministros sin carácter (o clones revejidos del Patriarca que logran la reelección con armas bajas), con sus barrios ardiendo, con sus ríos sembrados de cadáveres, con la indigencia en la calle, con las corridas y las cabalgatas, con su alegría histérica y la impotencia absoluta de los que no tenemos más que la palabra.
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